jueves, octubre 29, 2009

La inutilidad de los desfiles cundo el agua fresca no llega a los marchantes

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Cuando pase la euforia gastronómica que provoca la fiesta de Todos los Santos o Los fieles difuntos o simplemente Los muertos, en las escuelas secundarias y de bachilleres comienza el calvario porque se debe preparar el desfile deportivo, cívico y militar del 20 de noviembre. Todo un acontecimiento, toda una proeza del pueblo mexicano que para no olvidar sus vergüenzas nacionales: hace desfiles.

Y no es por fortuna sino por las críticas y por lo sucedido, que en la Secretaría de Educación de Veracruz se comienza a tomar en cuenta la integridad física y moral de los alumnos que acuden a los horrendos desfiles con motivo de algún día patriotero. Parece que al lugar encabezado por el doctor Víctor Arredondo Álvarez ya les comenzó a preocupar eso de los jóvenes desmayados, insolados, deshidratados y hambrientos, que es un saldo común en los actos convocados por el gobierno y a los que los alumnos van de relleno.

Que las autoridades de Educación de Veracruz estudian si la muchachada de las escuelas secundarias se librará de asistir a los desfiles. Y como diría el sabio Pancho el Mión, un enano de feria que se dedicaba a eso, a orinar frente al público hasta llenar una cubeta de tres litros: ¿Y a qué chingaos van? Pues los alumnos ni saben, pero sus maestros tampoco y los que están de autoridades, pues menos. Se va a los desfiles porque se trata de un día festivo, es decir, de un día en que no hay clases y chance hasta “ley seca.”

El secretario Arredondo se puso muy tierno y ya no quiere exponer a los niños. ¿Es amor de protector o no les va a aquedar de otra que prohibir que los alumnos se utilicen como carne de cañón para que los políticos estatales se las den de grandes apoyadores? En lo que va del año ya se han registrado casos de adolescentes desmayados, insolados y deshidratados. Lo bueno que en Veracruz los niños no se tocan. Pero es otro cuento.

Todos los que asistimos a escuelas públicas recordamos con ninguna simpatía a la madre de los señores gobernadores a quienes nos tocó pasar a darle nuestras más distinguidas consideraciones durante un desfile cívico militar. No era cuestión de saludar de mano al gobernador sino de hacer un gesto marcial que en adolescentes granosos y hartos de autoridad se veía más bien como un remedo ridículo.

Nos formaban con la respectiva toma de “distancias” y al “derecho, izquierdo” marchábamos tratando de sostener un mismo paso y que el profesor de educación física no descubriera que hacíamos trampa. “Uno, dos” gritaban las chicas a quien el consenso popular señalaba como las más buenas de la escuela, mientras sus falditas rabonas y sus boinas de comandantas las hacían ver más ridículas.

Pero ellas se sentían y se percibían soñadas y a cada paso, que ellas transformaban en un brinquito de gansa, dejaban ver la mitad de sus nalgas. “Uno, dos” silbatazo, “uno, dos.” Es una broma del destino lo que voy a escribir pero no, lo pienso mejor y me percato que se trata de selección natural o de los prejuicios de los profesores. Todas las comandantas que enseñaban media nalga a cada brinco: eran güeritas, un poco rechonchas y tenían caras de pequeños devoradores de productos Gerber pero salpicadas con granos. Comandantas grotescas que creíamos bien buenas.

Los desfiles servían, claro que sí, puedo jurarlo. Uno perdía clases al por mayor gracias o por culpa de los ensayos. No eran unas cuantas horas las que se invertían sino varios días y lo más difícil, así era, es cierto: lograr el saludo al gobernador del Estado, que invariablemente estaría en el palco central de palacio de gobierno, platicando con algún funcionario mientras los adolescentes le rendían caravanas por ser día de la Independencia, de la Revolución Mexicana y de la batalla del 5 de mayo.

Caravanas al gobernador porque a mediados de septiembre de 1810, al cura Hidalgo se le había ocurrido no irse al bote. Cuando uno de los contingentes de muchachos y muchachas se aproximaba a la zona del balcón central, un profesor con alma de milico soplaba un silbato y a la de una, dos y tres… Los muchachitos se erguían, juntaban sus manos y daban quince pasos marciales mientras retorcían el pescuezo para apenas atisbar hacia arriba, donde el gobernador seguramente se platicaba chistes verdes con los funcionarios en turno.

Luego hacerle caras bonitas y saludos marciales al gobernador porque el orejón de Nachito Zaragoza dijo que él y los poblanos atrincherados se podían aventar la escabechina de los soldados del ejército invasor. Bien cubiertas de gloria las armas nacionales y al poco tiempo, enterado don Napo, Napoleón III, no el líder de los mineros, pues que les manda y la cargada y luego de hacer correr a la chinacada, que llega el güero Maximiliano a fundar el segundo imperio.

También al gobernador le hacíamos los honores por culpa de la publicación del libro de Panchito “Indalecio” Madero y el desmadre que se vino después y al que le llamamos todavía Revolución Mexicana. Pero son días festivos, hay desfiles y a don Víctor Arredondo no le gustaría que un grupo de padres de familia, más abusados que abusivos, se pusieran de acuerdo para establecer una queja con Derechos Humanos y que entonces, de repente, todos nos demos cuenta de que los chicos y las chicas, con granos en la cara o con brinquitos de gansa, tienen derecho a no ser utilizados para saludar al gobernador y perder clases.