martes, octubre 27, 2009

La montaña es la misma, pero el paisaje se transforma según la mirada

Foto: Bethania

Los franceses huelen a cebolla. Los españoles disimulan el tufo de ajo porque traen un habano cosido a la boca. Las mujeres más frías son las inglesas; las italianas, las más hermosas. Los australianos se la viven en la playa y todos los gringos beben coca cola y comen hamburguesas. Los mexicanos andamos de sombrero de palma, enrollados en un sarape y somos bien güevones.

Sin duda esas frases son parte del espejismo al que solemos llamar lugar común. A veces la imagen es totalitaria y se transforma en “imaginario,” que sirve como una etiqueta de identificación social y a partir de ella se construyen las chanzas o los chistes racistas o poblacionales. En nuestros chistes ladinos, todos los gallegos son brutos y no hay poder humano que lo revierta. Pero en el fondo se trata de una simplificación cultural que mucho tiene que ver con la difusión de ciertas estampas a las que a veces se nominan como nacionales o del folclor.

Pero cuando se comienza a hablar en serio, desde afuera, y con cifras y datos, también se causan algunos desaguisados. Ocurre como en el cuento malsano donde un pequeño se arrima al padre para decirle que sus vecinos son muy, pero muy pobres. El progenitor lo cuestiona y el niño responde: “Es que hace rato, su hijo más pequeño se tragó un veinte, y los papás hicieron un escándalo.” La malicia del cuento está en el humor negro. Aunque no todo adquiere esa forma...

En la página 6 de la sección internacional de la edición impresa del periódico El País, de ayer, hay una columna que seguramente llamó la atención de los lectores mexicanos y que de paso nos hizo la mañana pesada, un tanto agridulce: México, no; Brasil, sí. El texto lo firma Moisés Naím y en su entrega, ofrece un balance de comparación entre los dos países más poblados y grandes de Latinoamérica. En su texto, un país gana y el otro pierde.

No se trata de un balance de infamia patriotera, a menos que los ultranacionalistas sientan el gusano de la carcoma. Naím explica sus razones por las que México ha pasado a un segundo plano en el debate de las economías mundiales, cuando hace apenas diez años era el país latinoamericano que merecía no sólo la mención sino la atención. “Ahora, Brasil es la esperanza y México, la desazón. La percepción es que mientras Brasil despega, México está empantanado.”

La medición es a través del crecimiento económico. En 2008, según Naím, México crece un 1% y Brasil alcanza el 5%. Las cifras pueden ser muy duras y nuestra economía la número once en el orden mundial, eso puede ser inalterable hasta que un cambio demuestre lo contrario. Los datos que se ofrecen son en términos de medición y no un reflejo de toda la población. En otro párrafo se lee: “...Brasil se está convirtiendo en una potencia petrolera mundial, mientras que una combinación suicida de restricciones legales, políticos irresponsables y sindicatos corruptos impiden que México desarrolle su enorme potencial.”

Los lectores podemos guiñar con la afirmación de Naím, sobre todo, si nos atrevemos a hacer ligeras variaciones en el texto, y donde se lee: “políticos irresponsables y sindicatos corruptos”, nosotros podemos sugerir la otra combinación: “políticos corruptos y sindicatos irresponsables” y estar o no de acuerdo con la percepción de un observador global. Pero a veces la cifra se desapega de los contextos sociales y sobre todo, de la opinión que merecen expresar los que viven en el centro de los desastres.

Sólo voy a mencionar uno de los varios achaques que Naím atribuye al estancamiento de México y a tratar de condensar lo que no dice. Él apunta que estábamos en la mira, en la flor del desarrollo cuando sin violencia, nos sacudimos de un sistema político unipartidista. Que en los noventas, nuestro país signó un Tratado de Libre Comercio con los vecinos del norte del continente. Hasta allí, éramos la promesa de América Latina. Después, al cambio de párrafo explica el milagro brasileño.

Lo que el columnista “no dice” (y en todo caso no tiene por qué, ¿o sí?) es que durante aquellos años de esplendor quien gobernaba el país era Carlos Salinas de Gortari, que para los mexicanos significa, aún, un bocado que nos atraganta. Sí, éramos la esperanza y así lo creíamos o lo asumíamos, fue un espejismo, un cambio de cascabeles por pepitas de oro. Pero la realidad fue otra y nos quitamos el polvo (jamás la mugre) con un chiste bizarro: “¿Ya saben que a Carlos Salinas le van a dar el premio Nóbel de Médicina? -No, ¿por qué? -Ah, porque nos hizo parir a todos los mexicanos.”

El asunto de la transición democrática es aún más vergonzoso, porque es cierto, no hubo balazos pero a cambio elegimos a un Vicente Fox que provocó la añoranza de una dictadura disfrazada de disciplina política. Nuestro cambio en el año dos mil fue apenas una probada de democracia instantánea, pero dañina como todo lo que es de instante.

Cierro con fragmentos del último párrafo de la columna de Moisés Naím... cada lector decidirá el paisaje, total, se trata de nuestra montaña: “...el progreso de México ha sido secuestrado por sus carteles. Y no me refiero a los carteles de la droga. Me refiero a las empresas privadas, sindicatos, agrupaciones políticas, universidades, medios de comunicación y gremios profesionales que limitan la competencia...”