La neblina y la lluvia no fueron impedimentos o pretextos para no asistir a la presentación de Queen sinfónico, un espectáculo a la altura de las pretenciones metropolitanas de la empingorotada “Atenas veracruzana.” Fue la noche del pasado sábado. Poco más de mil doscientas manos aplaudieron a los jóvenes que integran la Orquesta Sinfónica Juvenil del Estado de Veracruz, al Coro del Instituto Politécnico Nacional, al Quinteto Britania y a la pericia del maestro Antonio Tornero, director orquestal y timonel del Instituto Superior de Música. El espectáculo, dijeron al final, está nominado al premio Las Lunas del Auditorio Nacional.
Noche de muchos aplausos o dos horas en el que el público se comenzó a entregar a las buenas artes de unos jovencitos que demostraron dos cosas: pueden con el paquete y piensan en un auditorio que requiere de cercanía orquestal pero que también posee un corazón roquero y abajo de cada piel rebelde también existe lugar para Bach . ¿Sería la razón por la que el nivel de entrega fue de menos a más? Creo que se trató de un público muy tímido o que prefirió no leer el mapa. En efecto, se trataba de la sala grande del Teatro del Estado, actuaba una orquesta sinfónica pero con un programa de uno de los grupos más significativos durante los años ochenta.
Los primeros aplusos fueron muy correctos, muy a la usanza de la añosa (por su ochenta aniversario) Orquesta Sinfónica de Xalapa. Público feliz pero muy apacible, muy en su butaca cada quien. De los conocedores y dilentantes de Queen, que muchos los había, a ninguno se le ocurrió silbar con gusto o echar ese grito que lo encierra y expone todo: “A toda madre.” No. Todos muy en su lugar con las galas invernales sobre el cuerpo. O, insisto, ¿había expectación porque se trataba de músicos muy jóvenes y para encerrarlo y exponerlo, muy chingones?
Seguramente el futuro de los músicos que conforman la Orquesta Sinfónica Juvenil del Estado se acompañará no sólo de una formación académica sólida, sino de mucha y buena experiencia. Hay que hacer un recuento para que no parezca vil confetti de trasnochado de carnaval. La “orquesta de los muchachos” se ha presentado con espectáculos de alto nivel musical y de un aceptable nivel popular, su director les ha permitido que se muestren, que se exhiban con lo más granado del repertorio y con lo más terreno.
La orquesta de los muchachos no le tiene miedo a lo más clásico y se deleita con cantantes como Susana Zavaleta, Natalia Lafourcade y Alberto Cortez. Voy a esto... en una ocasión, el teatrista Arturo Messeguer me contaba sobre las quejas de un músico amigo suyo que trabaja en el Distrito Federal. Me relataba que el desdichado violinista no veía el fuego de San Telmo cada que asistía a su trabajo. Aquel hombre no tocaba en un bar, estaba a salvo, por supuesto... Pero le escocía el alma trabajar en la orquesta que acompañaba a cantantes como Lucero, Pedro Fernández y tantos famosos. “Me dice mi compadre, siempre es lo mismo y terminamos hasta la madre de repetir las canciones de siempre, pero le digo: ¿y qué tal cuando cobras, a poco ahí te quejas?” reía con malicia el teatrista Messeguer.
Ahora recuerdo un pasaje de una magnífica novela del canario J.J. Armas Marcelo, se titula “Así en La Habana como en el cielo.” Uno de los personajes es un violinista que desea, urge y necesita salir de Cuba. Se siente ahogado, asfixiado pero si hay algo que no soporta es su lugar de trabajo. Todas las tardes, él que memorizó a todos los compositores clásicos, él que recorrió media Europa para formarse en los mejores conservatorios, él: toca su violín en el bar de un hotel de lujo. Los turistas apenas si lo atienden, apenas si se percatan de su existencia y muy de vez en cuando, un alma enternecida por la belleza de su música, le regala una propina.
No hay peor lucha que la que no se hace, esa frase no aplica hoy. La “orquesta de los muchachos” tiene cuerda, tiene juventud y está hecha para expresar la belleza, para inundar los oídos de un público que a veces no grita y no chifla porque está en un teatro al que se piensa que es obligación asistir con peinado de salón, pipa y guante. “Ambrón” decimos los xalapeños y “abroncillo” dicen los coatepecanos: ¿a poco Sting, Queen y hasta la excelente loca de Amy Winehouse no se han presentado en los mejores teatros de Londres?
Pero lo importante es que la “orquesta de los muchachos,” otra vez, se echó al público que al final, sí gritó, si chifló, sí dijo algo más que “bravo” y aquellas mil doscientas manos insistieron en decirle con sus aplausos: “Cómo hacía falta que una orquesta piense en su público, gracias, muchachos.”