domingo, enero 03, 2010

El mundo de los tragos para bebedores y abstemios, porque nomás así parece que será “feliz año nuevo”


Los griegos clásicos o los helenos eran bebedores moderados; mezclaban el vino con agua, bebían de una misma copa y cuando se vaciaba, un “designado,” junto a las cubas de vino y las de agua, era el encargado de hacer los vertederos para la mezcla. Claro, podían llegar a la embriaguez. Quizá a ellos les aprendió el admirado Álvaro Mutis aquello de que las bebidas que arropan el cuerpo, son ventanas que abren las del alma y deben tomarse hasta que el paisaje amenaza con enturbiarse. Pero ni griegos, ni menos poéticos que como una lectura de Hugo Hiriart me hizo recordar lo que Octavio Paz escribió en un verso, que su padre se trepaba en el “potro del alcohol.”

Beber es una arte; en igual condiciones me lo han dicho borrachos o artistas o las dos cosas juntas. Es un placer si hay buena compañía y es un veneno si el abandono le comienza a ganar a la soledad. Quien comprende una canción de Manuel José Castilla y Rolando Valladares, que yo únicamente le he escuchado a Mercedes Sosa y que se titula “Canción de las cantinas,” pues sólo gente así, sabemos en carne lo que dicen las letras. Antes, una música lastimosa de fondo, o al menos así daba únicamente por la tesitura de la cantante…

Uno va por las cantinas
Solito al amanecer
Uno va con los cocheros
Y ya no quiere volver.

Escritura y alcohol, sí. Hay plumas de mucho portento que se han dedicado a ello y otras que sólo tomaron la afición o dependencia etílica de un escritor, leyeron diez biografías y juntaron las vidas dipsómanas de otros escritores, publicaron libros, entonces, de borrachos muy célebres. Que sepa, el escritor que la culpa a ese “potro” del que hablaba Paz, sólo pone un pretexto. Pero hay otros gremios, incluso de los llamados “profesionistas” donde no se usan lapiceros o plumas para llenar páginas en blanco y la afición por la bebida es parte de hacer negocios, de hablar sobre una obra, de amarrar un trabajo, de concertar una entrevista, de… etcétera.

Como en el poema goliardo, ahora lo recuerdo. Es en latín. Alude a la bebida y allí bebe hasta el Papa, la abadesa y la chica más candorosa: ninguno se puede extraer a esa condición humana, no está por demás escribirlo. ¿Será por ese ancestral recuerdo que nos vive en algún lugar de la memoria que cuando se hace o se cumple con una visita hay un primer vaso con agua que se ofrece? O según la visita o el anfitrión, todo depende de los usos y costumbres que guardan en cada sitio. Tenemos conocimiento o experiencia, historias de fiestas oaxaqueñas que se prolongan más allá de una jornada o tenemos familiaridad para saber que en qué sitio de la cocina está la jarra con agua. Si la comida identifica, la bebida suele adquirir un sitio de distinción en una cultura.

El aguador. Detenido en su caminar, sobre el hombro, acuestas, un jarro o búcaro y su torso es desnudo, se trata de un indio fortalecido quizá por aquel diario ejercicio de cargar. “Agua fresca del mejor manantial de la ciudad, era su pregón. Hombre que según las crónicas de los testigos presenciales de aquella ciudad de México durante el siglo XIX, se trataba de un personaje imprescindible, cuyo oficio era parte de la vida habitual en el ir y venir de las de las metrópolis. La estampa, por lo que conocemos la figura, es del grabador Claudio Linati, magnífico “retratista” de la vida cotidiana decimonónica.

Y ese aguador de “ayeres” es igual de imprescindible en nuestras vidas, beber el agua purificada que viene en una garrafa con sello de plástico autentificado por quién sabe quién, pero que hacer constar que se trata de un líquido, diáfano, puro y de manantial, es seguridad ciudadana. Y ya el gran historiador francés Fernand Braudel ha ensayado con un acertado tino el asunto del abasto del agua en algún periodo de la humanidad y partir de entonces, me parece, las investigaciones históricas se han preocupado o han devenido con el asunto de temas mucho más comunes pero que ya son materia de interés del historiador y no sólo del cronista o periodista.

Antes del interés ecológico, el agua ha sido motivo de temas de estudios tan serios –me refiero a un beneficio científico, colectivo, como el hecho de hervir el agua a 100 grados- como a motivos políticos. Allí el que será César mientras cruza el río Rubicón, por dar un ejemplo más clásico y menos lamentable de que allá “p´aca” del río Bravo los mexicanos son extranjeros. Ríos de aguas salobres o contaminadas; caudales que definen las fronteras geopolíticas, ambos han sido de temas de confrontaciones a los también la siempre celosa madre Historia ha prestado oídos. Ya tenemos historia: Científica, Geográfica y Demográfica, Económica, de la Medicina y etcéteras. Y gracias a ello, pienso que los hombres desplazamos al Renacimiento.

Voy a usar este párrafo únicamente para desmenuzar un poco esa idea de desplazamiento en el Renacimiento, pero la idea central es otra, totalmente líquida y la continuaré enseguida…

Lo que bebe, con lo que mitiga o sacia su sed, el ser humano y común del siglo XXI es un tema que importa demasiado a los historiadores, porque a diferencia de los cinteíficos o los ecologistas, ellos son los encargados del registro humano, ahora sí, de casi todas las actividades del hombre. Sin menoscabo de los antropólogos o sociólogos.

Y a la sazón me encontré un libro divertido. “La historia del mundo en seis tragos.” De un historiador inglés que se llama Tom Standge y que en nuestro idoma lo editó la española Debate. Una historia entretenida que fue escrita para que el lector adquiera un esbozo de lo que ni siquiera pretende hacerse pasar como una historia de la humanidad sino por seis prácticas de la bebida, milenarias algunas de ellas. Cualquier bebedor lo disfruta porque no trata únicamente de aquellos líquidos que provocan de lo que previene Álvaro Mutis. En el libro se relatan con brevedad algunos detalles, historias, características y anécdotas de: Cerveza. Vino. Alcoholes. Té. Café y Coca-Cola.

Y si la vida también suele explicarse con seis tragos, al séptimo, se pierde la cuenta.