domingo, enero 17, 2010

Hay quien se muere de amor, como la niña de Guatemala. Otros, de frío

Pintura: Diego Rivera


Para Raúl Hernández Viveros.
Escritor veracruzano y aprendiz de don Quijote,
por su mesa y su bondad para enseñar lo mejor de la literatura.
Felicidades por su nuevo libro, tras 7 años de “silencio.”


Hay quien se muere de amor, como la niña de Guatemala. Otros, de frío. Recuerdo alguna cinta mexicana donde el pillo que siempre actuaba Germán Valdés, mejor conocido como Tintán, pedía a la famosa doña Choña, una trasnochada fritanguera de esquina, un tecito de hojas pero con cuatro centavos de aguardiente y uno de té. Y el pretexto que decía Tintán, según lo escrito por el argumentista, es que estaba muy duro el frío. Era la forma en que el personaje entraba en calor, porque recordemos que no estaban de moda los aeróbicos o las chamarras rellenas de plumas de gallina (ni que los gansos se multiplicaran con varita mágica, chamarras rellenas con plumas de ganso las hay, pero son carísimas) que ahora venden hasta en los tendajones donde ofertan las famosas “pacas.”

Antes de seguir con el frío y el comediante Tintán, que era muy chingón para lo suyo, quiero traer a cuento el asunto de las pacas de ropa. Y eso porque el tema se me coló justo cuando escribía las líneas sobre las chamarras. Pues resulta que el año pasado, antes de que todo nos diera miedo por la emergencia sanitaria, que arrancó entre los últimos días de abril y los primeros de mayo, uno de los escándalos mediáticos a los acalló la Influenza fue el de la procedencia de las famosas “pacas” de ropa.

Está bien que lo reconozca, así somos los medios. Muy prontos y a veces hasta olvidadizos. Pero tiene sus asegunes. El dicharachero Manuel Laborde, que chambea como diputado en la actual Legislatura local, con elocuencia y con sorna, a los reporteros nos decía que somos: “los pepenadores del morbo” y si él ya no se acuerda, allí está en línea, en la Internet, el Diario de Debates. Y sobre los periodistas que están en la cobertura de la tragedia ocurrida en Haití, ya surgió el ingenioso que dice que hay más zopilotes con acreditación de prensa que los que andan por los aires. A veces ni en nuestras casas nos quieren y cuando nos miran con grabadora en mano, todo es cuidado y recelos.

En una magnífica, por entretenida y bien hecha novela que se llama La cuarta mano, del escritor John Irving, se narra la vida de un reportero. Pero reportero gringo, nada de pobrezas a las que estamos acostumbrados el muy, mucho, resto de los reporteros mortales. Es un reportero que tiene sexo sano, porque hasta con su mujer usa preservativo, pero eso no lo exime de los peligros del oficio y en una cobertura especial, de esas que requieren traslados internacionales y aviones y hoteles y prisas, por morboso y por descuidado un león ¿o es un tigre? se me escapa el dato, le come la mano. Si el personaje de ese gran narrador satírico contemporáneo que es John Irving, fuera un reportero pobre, pues se desangra y ahí se termina la novela. Pero se trata de una estrella del periodismo y le injertan una mano. Pero no quiero contar la novela sino recurrir a uno de los capítulos, cuando sucede el avionazo donde muere uno de los últimos famosos Kennedy, el reportero estrella vacaciona en el mismo sitio. Las personas lo reconocen y susurran algo así como: “Estos malditos están en todo.”

He concluido el comentario sobre por qué, a veces, la prensa es tan olvidadiza y tan mediática. Y en el relajo de la Influenza, de que a la entrada de las oficinas públicas, antes de entrar, nos echen un chorrito de desinfectante que cada vez huele más a Pinol o a Maestro Limpio, pues le agarramos el ritmo a la emergencia sanitaria y dejamos pasar el asunto de las pacas.

Recuerdo que lo de las pacas explotó porque alguien descubrió que era ropa que provenía de hospitales, asilos, morgues y no de desechos de fábrica por errores técnicos, como se manejaba. Pero los listillos que nunca faltan, jamás aclararon que cuando hay defectos en la confección de la ropa muy “cuquis,” a eso le llaman saldos y como tales son rematados. Quien haya caminado en el Distrito Federal por la céntrica Pino Suárez, entenderá de inmediato a qué me refiero. Allí se venden como baratijas los desechos de las grandes marcas, lo que está medianamente bien hecho, la ropa, se vende en Polanco y en Santa Fe.

Pero sobre las pacas hay que guardar reservas. Y voy a lo siguiente, es un negociazo en las ciudades y una mina de oro en los lugares pequeños; es ropa muy económica en comparación a la que se adquiere en un centro comercial o en una tienda especializada (boutique) de medio pelo. No me consta, pero en este país sabemos que la denuncia que se convierte en noticia, se debe, primero, al desquite de uno que no fue convidado al banquete. Ellos son los mejores informantes de los negocios o los tratos de los peces gordos y como no fueron requeridos, entonces acusan con la prensa, que siempre, para bien o para mal, está a la pepena del morbo. Y el reportero entregado no tiene tiempo para evaluar si es un ajuste de cuentas entre los poderosos sino en pensar, rápido, de que se trata de una gran nota que le conseguirá la “princesa” del siguiente día.

Conjeturo con la tranquilidad de que el mundo seguirá girando. La noticia que dimos a la población fue la que las autoridades sanitarias nos confirmaban a través de comunicados, escasos, pero también con un aluvión de declaraciones. Las pacas venían infectadas, en ellas se regocijaban piojos y virus y bacterias y por otro lado, estaba el asunto de confirmar si de verdad encueraban a los cadáveres y alguien hacía negocio con esa ropa que, a fin de cuentas, a un muerto ya no le sirve para un carajo. Y por este momento abandono a su destino al reportero y le doy entrada al juego del escritor, que ese sí tiene el permiso de imaginar lo que pudo ocurrir, fuera del discurso oficial y del mediático. A ver…

La venta por las pacas hizo muchos nuevos riquillos y comenzó a lesionar al emporio de la venta de ropa nueva en México. Pausa breve. Un comentario que le escuché a alguien que tiene buen gusto y tiempo para seleccionar su ropa: “Piña, eso es un río revuelto, yo me compré una gabardina de piel en 300 pesos, la mandé a entintar y pasa por una de tres mil.” No me consta si fui engañado, pero las ganancias por la venta de baratijas es harta por su magnitud y eso lo saben los que se dedican al comercio de los productos de origen chino. Somos muchos mexicanos y la mayoría, vivimos al día. Cuando se presenta la oportunidad, tenemos un dicho masoquista y bribón: “Gratis, hasta las patadas.”

El caso puede ser doble o los medios sólo dimos una lectura: las autoridades sanitarias recomiendan cautela porque los productos de las pacas pueden estar infectados. Alarma de unos pocos días, pero con un país donde sus habitantes decimos que gratis, hasta las patadas, pues no frenó el comercio de aquellos productos que, desde un punto de vista de economía, lastiman al sector productivo nacional y al comercio. Porque lo de las “´pacas” es comercio informal y hasta donde estoy enterado, no se ha reglamentado el pago de impuestos en esos giros.

Pero basta caminar por las calles transitadas, no los centros comerciales ni los almacenes o los mercadillos itinerantes, para ver carteles escritos con mala letra pero con buenas noticias para los compradores. Voy a reproducir aquí tres mensajes que transcribí y que leí en las paredes de “establecimientos paqueros” en la ciudad de Xalapa. Las calles son distintas y opuestas, me refiero a que una fue en el sector avenida Encanto, otra en Los Sauces y una más en los rumbos de la Central de Autobuses de Xalapa. Dicen así: “Todos los jueves abrimos pacas nuevas,” el siguiente: “La otra semana llegan pacas con ropa para bebés” y el último: “Se abren pacas a diario.” El negocio no se ha terminado, pero la alarma de la posible infección de los productos se eclipsó con la llegada o surgimiento o invento del virus de la Influenza.

¿A quién lastima el comercio de las pacas, las de ropa, no la de las mujeres llamadas Francisca y que sería lamentable su tráfico y comercio humano? Pues supongo que a un sector fuerte pero que no está unido y por eso no tienen el poder suficiente para dar un garrotazo a los paqueros o paquistas y que se vea, de una vez por todas, quién es el rey. O como los mexicanos explicamos el falso sentido de lealtad: “Con el campeón, hasta que pierda.”

El espacio se me ha terminado y otro día será cuando escriba sobre el comediante Tintán, que se echaba su churrito de marihuana antes de una locación. Él decía que para estar más atento. Y me despido con un dato leído en uno de los libros del admirado Hugo Hiriart, que la palabra “teporocho” viene de la usanza de los tés que vendían las Chonas fritangueras, sobre todo en los arrabales de la ciudad de México de los 40 a los 70, un té a ocho centavos, llevaba más aguardiente que la infusión. Entonces ya me lié, ¿Tintán pedía un té de cinco centavos o uno de ocho o no era tan catarrín y nomás deseaba quitarse el frío?