jueves, agosto 31, 2006

Sexto informe, como visita de suegra



Luis Ernesto Derbez, el canciller mexicano, ha expresado sus deseos por que durante la presentación del sexto informe de gobierno de la administración del presidente Vicente Fox, los diversos actores políticos se comporten a la altura. El Secretario de Relaciones Exteriores emitió esa opinión porque de lo contrario el cuerpo diplomático acreditado en nuestro país, podría llevarse la idea de que se encuentran en una nación que no existe. Por fin, ¿somos o sólo creemos lo que nos dijeron? Yo supongo que del tres de julio a la fecha los representantes de los países que mantienen relaciones con México saben, y muy bien, dónde se encuentran.

Por muy borrachín o despistado que pueda ser un embajador —por sólo dar un ejemplo— debe ser bastante claro que lo mandaron a los Estados Unidos Mexicanos y no al País de las Maravillas, donde allí la única que fue tras la aventura era una niña llamada Alicia, y aquello nada más ocurre mientras se lee la historia de Lewis Carroll. Pero nuestro canciller no piensa lo mismo. Un cable difundido por la agencia Notimex informa que el encumbrado funcionario declaró: “no lleguemos a que los países del mundo nos vean como el país que no somos”. Ah chingá. ¿Querrá decir que en el extranjero, los que tienen inversiones puestas en las tierras aztecas, sólo se contentan con leer los informes que emite la oficina de prensa de la presidencia de la república?

Quizá la preocupación del canciller sea válida en la medida que algunas voces quieren disuadir para que todos esperemos del sexto informe un verdadero zafarrancho. ¿Quién sabe? Porque si hay una característica que nos distingue es que por encima de todas las cosas nos encantan los protocolos y las ceremonias y una cosa es disentir con las ideas del presidente Fox (si es que aún le quedan) y otra muy diferente es pensar en agresiones que atenten contra la integridad física de cualquiera de los asistentes. El Congreso no puede observarse como en otros tiempos los estadios de fútbol: atiborrados con policías y con zonas acordonadas. Jorge Zermeño Infante, presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, ha dejado muy clara su postura y aunque ya sabemos que diputados y senadores pertenecientes al PRD no acompañarán a Vicente Fox en la “comisión de cortesía” que suele acompañar a los mandatarios durante su arribo y salida de San Lázaro, pues tampoco deducimos actos de canibalismo político.

Pero de lo expuesto anteriormente a imaginar la debacle, ¿quién se atreve a iniciar las apuestas? El lector de periódicos, mayor de veinticinco años y atento de la historia, puede recordar con claridad una frase que ha dado la vuelta al mundo: “Aquí nadie se mueve”, aplicado a muchos acontecimientos.

De lo que sí tenemos seguridad es que Luis Ernesto Derbez quiere que el informe pase ante los diplomáticos acreditados en México como una visita de suegra, donde aparentemente todo se encuentra en su lugar y si hubo platos rotos, entonces ni me acuerdo. De todas maneras, los días en que estos eventos servían exclusivamente para ensalzar al gobernante en turno, para el besamanos y las felicitaciones, ya pasaron. El presidente de México ha perdido un poco la imagen de “Tlatoani” y debe vérsele como lo que es: el jefe de una pesada administración.

miércoles, agosto 30, 2006

Escritores que no leen, ni escriben


Cada inicio de semestre principio un taller de “expresión escrita” dirigido únicamente a jóvenes que estudian el bachillerato. No se trata de algo formal —siempre les aclaro que dos horas a la semana no conducen a tan sólo tres o cuatro libros que leerán y quizá a la composición de un relato— y como tal, estoy acostumbrado a que el primer día se presentan poco más de veinte estudiantes y para la tercera sesión acaso llegan diez. Y como es una actividad que no se les “califica”, soy más feliz de saber que los indecisos tratan de encontrar la felicidad correteando tras una pelota que escuchando largas disquisiciones sobre las posibilidades de la descripción o la poesía hispanoamericana.

Y es que no se puede obligar a que un joven de quince años abra un libro si de entrada él no está dispuesto a permitir que se le presente a un autor y que además, como yo les digo: “Vamos a jugar a los cleptómanos. Los que escriben, leen libros para comprender la forma en que cada quien arregla su casa. Las hay muy elegantes, pero tanto, que da algo de miedo sentarse en cualquier sitio; pero también hay casas que tienen como atractivo el jardín y el resto quizá no vale la pena; otras son cabañas donde uno se podría quedar instalado para siempre, porque el crepúsculo es maravilloso y el olor a pinos invita a la reflexión. Otras se han construido a la orilla del mar y por las noches, cuando sube la marea, entonces dan ganas de dar largas caminatas por sus playas. Pero no se parecen en nada a esos macabros sótanos neoyorkinos (que también los hay). Y sí, quizá hay casas-libro pesadas, muy serias, pero en ocasiones son tan necesarias como lo eran las murallas para las ciudades medievales. Y hay casas que son verdaderas pocilgas... Y, si se trata de la cleptomanía o el ‘turismo de chucherías’ pues habrá que llevarse algo, algo que, claro está, sirva para que cada uno construya su propia casa... ya otros tendrán la oportunidad de robarles una carpeta tejida o el papel sanitario... hay cada loco”.

Para cuando ha transcurrido la explicación de para qué leerán y los ejercicios que los empezarán a llevar por los caminos de la escritura, entonces les pido que se presenten, uno por uno, ante el grupo. El denominador común es que todos escriben o quieren escribir ficción. No falta quien utiliza el “atril” para confesar que le gustaría ser poeta; alguno sueña con dirigir sus propias películas; otros se conformarían y mucho, si lograran poner en escrito aquellas ideas que a mitad de la clase de matemáticas los acribillan y les hacen perder la concentración para entender cómo carajo se despeja una ecuación. Todos, sanamente, destellan el brillo juvenil de sus miradas con un poco de arrogancia, con la promesa que da su corta edad y la ambición de obtener experiencias. En ocasiones, se los confieso, no me explico cómo la etiqueta de escritor sigue ejerciendo atracciones.

Pero cuando les pregunto, casi a quemarropa, ¿qué libro están leyendo? Pues allí pierden el arrojo, lo petulantes, lo machitos y lo guapitas. El 90% de los alumnos que tendré durante este curso, me ha confesado que no lee. Vamos, que no lee un libro (y se supone que completo) por mero gusto... y el futuro cineasta de plano fue muy claro: “Yo lo haré cuando de verdad me encuentre algo interesante”.

¿Guillotinarlos? ¿Desollarlos? ¿Mandarlos a entrenar karate? ¿Encargarles comprar una novela cuya reseña la copiarán de la Internet? ¿Sentarme a rumiar, muy despacito, que qué madres hago yo allí? Se supone que alguien que escribe está tentado a inducir a nuevos lectores y que tal vez los enseñe a hurtar frases, estructuras, que uno o dos de ese noventa por ciento, se animen a contactar con los libros y para muestra... espero que no lo escribieran en su cuaderno sólo para darme cuerda... comprarán la obra más difundida de Antoine de Saint-Exupèry, “El principito”. Y si de verdad quieren escribir, aceptarán gustosos a charlar sobre libros.

lunes, agosto 28, 2006

Libreros universitarios y otras fiestas

Patricio, Rafael Antúnez y Juan Villoro
La segunda jornada de la FILU en Xalapa convocó a un foro de editores del libro universitario. Fueron aproximadamente nueve horas (con sus respectivos recesos) que transcurrieron para dar cabida a cuatro mesas de trabajo y dos conferencias magistrales. Y ocurrió como bien lo dijo Nina Crangle —una de las organizadoras del foro y ponente en la cuarta mesa— que tratándose de ferias, a lo que todos hemos supuesto que de libros, congresos y eventos similares, lo que sucede es el fomento al “turismo universitario”. Y aquello porque si bien fueron veinte personas las que expusieron sus puntos de vista, necesidades, fobias y ambiciones durante unas, repito, nueve horas, la asistencia al Auditorio 1 del Museo del Transporte jamás levantó arriba de las sesenta personas.

El resultado es probable dada la agenda de la FILU para ese día, sábado 26 de agosto. Desde temprano, el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal se lucía con una conferencia de prensa y sólo hizo de pronóstico para las ovaciones que recibiría cuando a media tarde se presentara con un recital poético. Pero también se esperaba la firma de libros por parte del maestro Sergio Pitol y amigos: Juan Villoro, quien presentó un libro y Enrique Vila-Matas. Y por si fuera poco, se añadía el atractivo de la transmisión en vivo del programa de televisión del Canal 22, “La dichosa palabra”, que su audiencia la tuvo, como siempre, pero los descorazonados que iban para conocer en persona a la chulapa Laura García, pues se regresaron a sus casas con las ganas de haber saludado a la filóloga madrileña.

Quizá por lo escrito anteriormente y por otros motivos que uno desconoce, el Foro de los editores del libro universitario no tuvo la audiencia multitudinaria, aunque sí constante. Pero los asistentes discutieron y en serio, las perspectivas que advierten con relación al tema de producir libros para estudiantes del nivel superior. Es verdad que editar mil ejemplares con un título así: “Transformaciones sociales y acciones colectivas: América Latina en el contexto internacional de los noventa” jamás tendrá el mismo impacto que vender veinticinco mil ejemplares que prediquen: “Diez kilos menos en treinta días”. O libelos que nos cuenten de las proezas sexuales de un artista de cine y telenovelas que se estrena en el mundo de la decadencia. Pues no, nunca se venderá igual un libro dirigido a estudiantes de quinto semestre de la licenciatura en Ciencias Químicas que un material escrito y editado para que el lector “pase el rato”.

El dilema del huevo y la gallina, por supuesto; pero no por eso vamos a ensañarnos con los libros universitarios y decir que como no dejan ganancia, pues sería mejor dejar de producirlos. Y para quienes aún no quieren advertir lo agudo, o el peligro que supone siquiera imaginar a generaciones de estudiantes universitarios que egresan sin haber leído un libro —y libro relativo a sus estudios, dejemos las novelas de Fuentes o de Vargas Llosa por un momento— voy a transcribir sólo unos cuantos datos que pude tomar de la conferencia ofrecida por Miguel Ángel Porrúa... viene el párrafo siguiente...

España produce 30 libros por cada libro que se produce en América Latina. Más del 60% por ciento del libro en español, se edita en la península española. En México contamos con la mejor feria del libro del mundo hispanohablante, la FIL de Guadalajara, pero cada vez se cierran más librerías. Tenemos un proyecto editorial con aspiraciones suizas, pero con un servicio de Islas Fidji. Cuatro son los grupos editoriales que dominan el mercado del libro en habla hispana: Planeta, Santillana, Plaza y Janés y Anaya (cada uno cuenta con “editoriales”; un ejemplo, las de Santillana: Taurus, Alfaguara, Punto de lectura, etcétera). En México hay, formalmente establecidas 400 librerías, de las cuales, 78 pertenecen a la red EDUCAL, propiedad del gobierno... Hasta aquí.

viernes, agosto 25, 2006

Arranca la FILU 2006


Como siempre, cuarenta y ocho horas antes de iniciar el magno evento de la Universidad Veracruzana —que para algunos de sus directivos hasta un partido de los Halcones es “magno evento”— denominado Feria Internacional del Libro Universitario (FILU), se organizó la presentación a los medios. ¿Falta de tacto, estrategia? ¿Sobrada confianza? Pero es una cuestión a la que ya estamos acostumbrados (lo mismo pasó con el festival Junio Musical). Que sí, efectivamente, ya estaba la programación en la página de Internet, el departamento de comunicación ha emitido información a tiempo; pero también América ya existía antes de la llegada de los españoles, ¿o no? Hay situaciones que nunca van a cambiar y es mejor ser optimistas e ir directamente al asunto de la FILU.

Celia del Palacio es la directora general de la Editorial de la Universidad Veracruzana. Recién asumió el cargo y como tal, es quien está al frente del comité que organiza la doceava emisión de la Feria Internacional del Libro Universitario; una feria que enseguida suena a competir o a recibir comparaciones con “la madre de todas las ferias librescas” en México, la FIL de Guadalajara. En esta ocasión la feria ha dado más habladurías que expectativas de compra de libros —pues ya se sabe que los expositores nunca se pondrán guapos con un cincuenta por ciento de descuento. Una serie de invitados especiales; el cambio de la sede, de las instalaciones universitarias se va al Museo del Transporte; que si siempre las casas editoriales vienen a exponer directamente, y se evitan los intermediarios, y todos los etcéteras que deseen añadir.

No es la primera ocasión que una feria de libros cambia sede (¿recuerdan la fallida mudanza de la Feria Infantil y Juvenil a la “Casa de Artesanías”, ahora apodada con toda pompa Centro Cultural Los Lagos? Y después vinieron los arrepentimientos y mejor de regreso al Colegio Preparatorio). El Museo del Transporte dista o aún le falta para funcionar como tal; si ya en otras oportunidades ha servido para “conciertos” (los seguidores de los Enanitos Verdes hasta allá fueron a ovacionarlos, por citar un ejemplo) ¿por qué hacer la prueba y que funcione para exponer libros? El colmo sería que lo emplearan de palenque, o plaza de toros, o lo prestaran para una feria donde cada cinco puestos uno es para vender cerveza. Dirían los norteños: ¿qué no? No hagamos sangre de un detalle, ¿qué si?

Pues a la directora de la Editorial y al secretario de la Universidad, Ricardo Corzo, les correspondió dar el frente. Explicaron que la Universidad ha dispuesto la creación de dos rutas con transporte gratuito, para toda la población; que además de exponer y presentar libros hay múltiples talleres y que la entrada es gratuita (en Guadalajara no hay transporte gratuito y la entrada en 2005 costaba quince y veinticinco pesos). Ahí la llevamos.

Ahora seamos francos, quizá el gran atractivo de la feria son cinco figuras que gravitan alrededor del Premio Cervantes 2005: Margo Glantz, Carlos Monsiváis, Antonio Tabucchi, Enrique Vila-Matas y Juan Villoro (“órale” dicen mis alumnos). Bueno, en esto ya nos empezamos a parecer a la de Guadalajara, que invita desde escritores que se inician hasta las figuronas literarias. Cuando le pregunté a Celia del Palacio ¿este cartel de escritores de renombre se debe a gestiones del maestro Pitol? Pensó unos segundos: “Así es, estos escritores fueron invitados por el maestro Pitol y por el Gobierno del estado a través del IVEC y la Universidad Veracruzana. Accedieron a estar en el un homenaje, en la inauguración y a firmar ejemplares. Pero quiero recalcar que no sólo ellos vienen, también estará Ernesto Cardenal, Eraclio Zepeda, Eugenio Montejo, Adolfo Castañón. Debemos abrir el cerco y permitir que no sólo se trata de una feria de literatura”.

Apenas hoy comienza. Diez días, libros, muchos libros y palabras.

lunes, agosto 21, 2006

Tres años del suplemento Búsqueda


Llegar a ciento cincuenta y seis entregas que suponen ocho páginas cada una, nos hace calcular unas mil doscientas cuarenta y ocho planas, en total. Se lee más rápido de lo que se dice, porque si entramos en cálculos numéricos (¿hay de otros cálculos? Bueno, los que se forman en la vesícula y el riñón ¿no?) habrá que compararlo con la cantidad de ejemplares Milenio-El Portal, por ejemplo, que esto representa. Si la edición diaria, con regularidad sale en cuarenta planas, dividiremos y nos encontramos con que hablamos de treinta y un días y apenas los adelantos de lo que sería el día número treinta y dos... de todas formas es un chingo.

Pero si un mes de publicación normal equivalen a tres años de un suplemento, eso que se lo cuenten a los que coordinan esta especie de cuadernillos o secciones especiales. En primer lugar porque regularmente la historia de los suplementos es azarosa; cuando este tipo de publicaciones comienzan con su número “uno” o incluso el “cero”, se echan cuetes al aire —recuerden que antaño, el ex mandatario de Veracruz, Patricio Chirinos nos demostró que los “cuetes” también se van para abajo— todo mundo escribe para enviar sus parabienes, los implicados en el tema de la colección quieren estar todos, al mismo tiempo, y la cuestión promete miel sobre hojuelas. La realidad siempre es otra.

Por eso siempre he sido de la idea de que los trabajos se festejen para cuando llevan un tiempo “al aire”. Antes de eso, es mera buena intención. Y con eso, pues no siempre alcanza.

Voy a remontarme al año de dos mil tres, hacia las dos primeras semanas del mes de agosto. En el área de diseño, del Milenio- El Portal se encontraba la periodista Lourdes Contreras haciéndose un nudo con muchas preguntas y acaso muy pocas respuestas. Yo, para variar, llegaba de su compañero de trabajo en aquellos avatares. Amable, como siempre ha sido, me explicó de qué se trataba el nuevo proyecto: un suplemento que ofreciera al lector la posibilidad de tener un medio que lo informara sobre cuestiones de creencias, magia, religión, esoterismo... Quizá Lourdes iba teniendo las ideas más claras, pero enseguida yo acudí a la comodidad libresca y le recité dos o tres libritos que, desde la Antropología y la Historia, tendrían que ver con el tema.

Pues que vinieron los estirones, las pruebas —para entonces yo recibía un nuevo encargo y tuve que abandonar el proyecto antes de ver su primer número— la elaboración de una posible lista de informantes, las llamadas telefónicas, los cotejos, el irse empapando con el argot de “magia” y las bromas. Para aquellos momentos, Lourdes Contreras ya tenía media docena de asesores y palabras como: Horóscopo, Holística, Karma, Aura, Cristaloterapia, Reencarnación, Arcanos, Suerte, Energía, Sanación y otras tantas, ya no le eran desconocidas.

Y de tal forma, nuestra compañera sigue acumulando experiencia, informantes y conocimiento. Y por la cercanía que mantiene con otras personas que llevan, por supuesto, otras experiencias de vida, cuando nosotros, en la redacción, echamos madres por todo, ella nos dice: “No, vean que esta lluvia limpiará de negatividad a la ciudad” y no tenemos otra opción que callarnos... Sé que me querrá degollar con lo que escribiré a continuación, pero a veces, delante de ella, cuando su diseñador trabaja el número siguiente del suplemento Búsqueda, le digo: “Haz bien las cosas, ¿eh?, porque donde pongas mal una pleca, Lulú te va a convertir en sapo”.

Fuera de chistes, Lourdes Contreras, a partir de hoy, comienza a preparar el primer número que inicia su año 4, que en la serial querrá decir la entrega 157 del suplemento Búsqueda, donde uno aprende y se sorprende. Recuerde, todos los domingos, se encarta con la edición de Milenio-El Portal. Sea para bien.

viernes, agosto 18, 2006

Monólogos

Foto: Priscila

No es verdad que me llamo Adelina ni que tengo veinte años. Se lo he repetido a todos y creo que nadie está dispuesto a creérmelo. Como tampoco lo están si les cuento que en los últimos días he estado frente a la pantalla de la computadora, conectada a Internet, entrometiéndome en todas las charlas electrónicas preguntando si alguien conoce a Adolfo Guerrero. Les da por contestarme cualquier estupidez y mandarme, con toda la simpleza del mundo, en cualquier idioma, a: chingar mi madre. ¿Pero quién le puede creer a una loca que sale a la calle con la blusa desabotonada? Supongo que nunca te ha pasado. Lo mío no fue descuido... lo disfruto. Sobre todo en estas épocas de frío, cuando los pezones se ponen duros al primer contacto con el aire. Ah, no hay quien te quite ese placer de ser vista, observada, de estar trascendiendo de la jovencita pálida a la artista de cine pornográfico que uno de los tantos cerdos que te miran se imaginan. No lo piensas, lo haces. Gozas porque estás ocupando su atención y tienes uno de los escasos privilegios existentes: acaparar el pensamiento, obligar a imaginarse lo más impúdico a quien te observa; te sientes desde un estricto personaje de Henry Miller hasta la puta más desacreditada, la de pechos más vistos que mejillas acariciadas. Es para morirse riendo, no de risa, es distinto. Dirás que estoy loca, mi consuelo es que hay peores.

Camila sentada en el suelo detrás de una silla favorita y su cuerpo apenas iluminado por una luz débil, con tenues azules que brindan un poco de color, aunque frío, a la bata traslúcida que viste; sus pies descalzos...

—¿Te has percatado de la neblina cuando parece que el bosque más cercano deja de existir? ¿Has leído poemas de amor, tan viejos que parece nunca habían sido hallados por nadie y sólo tú eres capaz de rescatarlos de tanto olvido? ¿Cuántas veces deseaste o llegaste pedir a la vida que te permitiera la ilusión de imaginar a un crepúsculo hondo, con la sensación de infinito? Pensarás que estoy loca o que soy una desocupada, en el mejor de los casos; una frívola, si te apetece la exageración. Es verdad, a muchos les preocupa más saber el destino propio o el de sus personas allegadas, queridas que estarse liando en esto de los crepúsculos y las nieblas vespertinas y los poemas. Si me vieras encendiendo un cigarro tras otro y que junto al cenicero veo arder la paja de incienso con aroma a rosas y que espero semidesnuda o a medio vestir la llegada de ya no sé quién. Entonces sin dudarlo, te secarías una lágrima al conocer que así pasaron ya cinco días; hoy corresponde, en unas tres horas, al sexto. Ya no puedo decir que me encuentro fresca o tranquila. ¿Ves los hilos de sangre en mis ojos? Cualquiera diría que estoy ebria o drogada; es más fácil que preguntar. ¿Conoces a alguien quien se entienda con el alemán? Si lo pregunto es porque casi aprendo de memoria cada palabra de los coros hechos por los niños con las letras de Bach. Si lo pregunto también se debe a que es la única música que me ha hecho de acompañante durante mi encierro. Cantos barrocos, de esos que sólo escucha la gente rara. Que no te dé miedo, puedes acercarte y de paso te enteras. Aunque oiga esto, también me entra la emoción con la letra de cualquier canción de moda; igual que a ti me da por añorar las cosas perdidas, porque estoy segura que lo haces. ¿Sabes? Cuando me siento así, como estoy ahora, prefiero una melodía suave. Acaso no entiendo en absoluto lo que dicen, pero me consuela pues significa que acompañas a un sufrimiento... escuchas y escuchas hasta la aturdición hasta que oportuno, viene el hartazgo, es la palabra, un cansancio que viene tras la visita de la melancolía.

martes, agosto 15, 2006

Sonata en B menor




(fragmento)

—¿Qué has hecho para impedir el olvido, para que tengas vigencia en los corazones y pláticas de los otros? ¿Qué haces ahora por salir del silencio? Tu elegiste esta forma de vivir las cosas, de enfrentar la realidad que pretendías ver y evadir lo que simplemente no te agradaba.

—No es fácil.

—Nadie dice que lo fue.

—No quise ser como los demás, las preocupaciones cotidianas me parecieron aturdidoramente banales, una forma de perder el tiempo mientras el mundo giraba y sucedían los asuntos más importantes. Existir no se limita a comer tres veces al día y cagar por las mañanas antes de la ducha para salir corriendo a un trabajo. Viví atareado. En un primer tiempo era la guerrilla en el país, el narcotráfico y después las masacres, el deterioro de la humanidad...

—Chocante. ¿Bellísimo tu empleo en el Consejo de Naciones? Qué absurdo te escuchas.

—Menos mal que tu me entiendes y no me juzgas.

—Anda, aferrarse a la ironía cuando estás al borde de quebrarte y sigues vendido a tus necedades, a tus manías de recortar periódicos y hablarle a los demás en un lenguaje que no entienden...

—Pero ni siquiera pretenden hacerlo; mi culpa no es la ignorancia de un pueblo.

—Te escuchas como el caudillo venido a menos. El gran prócer que incomprendido emprende exilio voluntario a su isla; sólo te falta escribir cartas a tus viejos compinches y llamarlos a la cruzada de los ancianos. ¿Y qué hiciste para evitar, según tú, la ignorancia?

—Aprovechar los medios.

—Por favor, “aprovechar los medios” le llamabas a erguirte frente a un micrófono que empleaste como el pedestal de tu culto personal, micrófonos de televisión, de radio, de las grabadoras de los reporteros que supieron darte cuerda. ¿Y qué declaración tuya cimbró las opiniones ajenas? ¿Cuál de tus comentarios viraron el curso de la pintura para emprender la nueva ruta de un arte renovado? Dime qué óleo tuyo se expone en las grandes salas, qué vorágine de aprendices te persigue hasta la sombra con tal de figurar entre tus favoritos. Escándalos, Adolfo, no más que eso fue tu vida...

—¡Basta!

—Siempre te escuché, aún en tus crisis de soberbia; aún soportando humillaciones...

—Jamás obligo a nadie.

—Con qué facilidad te desembarazas. ¿Para eso mandas llamar a la gente? Claro, lo olvidaba, el teléfono es tu vehículo, el cetro con el que ejerces voluntades, decides vidas y regenteas conocidos. Una llamada tuya a la oficina de cultura es salvoconducto para obtener una beca, otra al periódico sirve de pronóstico para los temas del suplemento y quién se atreve a contradecirte, dime el nombre de un osado que haya sobrevivido a tu desquite, a tu furia de niño caprichoso.

—No soy responsable de mi suerte.

—Seguramente. Ojalá tengas en la agenda el número del cielo para reservar una larga estancia.

lunes, agosto 14, 2006

Permanencia voluntaria

Foto: Pamela Albarracín
Uno no siempre guarda la intención o la esperanza de estar siempre en el mismo lugar… en uno de los últimos discos de Joaquín Sabina, “Alivio de luto”, se incluye una canción con una frase aleccionadora: “Al lugar donde fuiste feliz/ no debieras jamás de volver”. No querrá decir que el mundo entero pueda y deba irse por la cañería; quienes seguimos las canciones de Sabina tenemos pleno conocimiento de que la melancolía que impregnan sus canciones es tan pasajera como las letras irreverentes. Quizá por ello me gusta en demasía, pues tras escuchar algunas canciones es como beberse un pesado somnífero y a la siguiente pista —de audio— es como si de golpe, la rasposa voz del cantante, pusiera en una charola unas cuantas dosis de Prozac y a disfrutar el levantón.

Y es que en los últimos días he charlado con varios amigos que me dicen han dejado de ver noticieros, de abrir los periódicos y que intentan no escuchar la radio por un insano temor a encontrarse con los informes de lo sucedido en México. Claro, no es para menos, dos ciudades sitiadas por el desasosiego, incontables historias de corrupción, notas vendidas por las oficinas de prensa de los gobernantes en que se dice que todo marcha sobre ruedas (será en las de sus automóviles particulares) y las tan concebibles y predecibles páginas de crímenes. ¿A quién le apetece, con ese panorama, encender al menos la televisión? Probablemente a los morbosos, a los cínicos y a los locos… pero el país en que vivimos no se trata de una canción como para silbar tan campantes que si se trata de lugares donde hemos creído haber encontrado la felicidad es mejor no volver.

Contingencia es una palabra larga y pocas veces empleada en nuestro vocabulario corriente. Independientemente de su significado (“lo que tiene la posibilidad de suceder”) los genes del mismo idioma la tienen emparentada con algo funesto, problemático, fatal. Y es que en México, para bien y para mal, todo es contingente; es decir, todo tiene una ligera posibilidad, de cincuenta por ciento, de resultar bueno o malo. Tal vez si estuviéramos en África, donde aún quedan regiones en que la medida del tiempo no es un factor preponderante, pudiéramos sentarnos con tranquilidad a esperar los resultados, sin que importase demasiado el paso de las horas o de los días. Pero hay palabras que se comienzan a filtrar en nuestro vocabulario pero que a la vez adquieren significados netamente políticos: coalición, resistencia, marchas, campamentos, increpar, mesianismo, casillas, recuento.

En el país no hay guerra total de balas, no hay un levantamiento generalizado, pero sí incontables descontentos. Hasta el momento, la mayoría de las contingencias han sido verbales. Los candidatos, los dos en pugna, se declaran ganadores; los dos se consideran elegidos por una mayoría que empieza a hartarse de la situación y que podría comenzar a echar de menos los tiempos en que las cuitas electorales se decidían sobre la mesa del presidente de la república y no en los tribunales creados para tales fines.

Norte, centro y sur; son tres palabras que ahora ya comienzan a aplicarse a un país de regionalismos, ensimismamientos, taras regionales, feudos y caciquismos. El decidir por el centralismo o la federación provocó interminables líos durante tres cuartas partes del siglo XIX; verborragias, golpes militares y guerra civil que terminó en la consolidación de una dictadura que soportó treinta y tantos años para dar paso otro periodo de convulsiones (llamado “revolución”) y que únicamente sirvió para establecer otra dictadura. ¿Tenemos oportunidad de abandonar esta función cuando nos plazca?

miércoles, agosto 02, 2006

Libros, para ver o leer


Usualmente la palabra “libro” suele acarrear imágenes poco agradables para la mayoría de los mexicanos; porque antes de encontrarle sonoridad como un vehículo de esparcimiento o divulgación del conocimiento, se le observa como un pesado objeto de tortura escolar. Y esto es resultado, entre otras cosas, de los malos profesores de “español” que aún se niegan a seducir a sus alumnos con la mágica calidez de las palabras; si bien es verdad que de una familia lectora lo más probable es que el hábito se herede, la escuela básica puede ser la última oportunidad para agenciar nuevos lectores.

Sin adentrarse en líos magisteriales —porque no viene al caso— tal vez convendría puntualizar una simple clasificación que Naciones Unidas otorga a los libros. Aunque no es la única, sirve para despejar la imagen que se les guarda, bien como objetos pesados, que infunden temor y respeto, o bien como artículos de lujo, porque resultan costosos y por lo tanto, cuando se adquieren, deben estar resguardados en una vitrina, lejos de manos que puedan amenazar su integridad física (lo más absurdo, pues se supone que de entrada, un libro es para leerse y no hay otra forma de resolverlo más que mediante la manipulación directa). Comencemos por el número de páginas. Se nos dice que un libro se considera como tal a partir de las 49 páginas y que ya incluye el “lomo”. Los que tienen menor cantidad de hojas pueden clasificarse bajo el nombre de: cuadernillos, folletos o revistas. Aunque todo es relativo... veamos, ediciones especiales como las dedicadas a modas de temporada, por la revista Vogue, por ejemplo, sobrepasan las 160 páginas, y no se trata de un libro.

Atendamos, no obstante, a la propuesta de ONU. Los libros pueden clasificarse en cinco apartados, independientemente del público al que se dirijan. Voy a escribirlos de manera continua y después apostillaré algunas notas: Libros que sólo tienen imágenes; libros con más imagen y poco texto; libros que guardan equilibrio entre el número de imágenes presentadas y la cantidad de texto incluido; libros que presentan menos imágenes y su “corpus” lo integra más el texto y finalmente, libros que sólo contienen elementos textuales... es decir: puras letras.

Una mirada rápida se percatará de que los primeros tres clasificados pudieran tener mayor orientación al público infantil, pues en ellos son los elementos gráficos los que dominan. Claro, también juzgar apresuradamente puede resultar ocioso; tenemos los libros dedicados a la reprografía de la obra plástica de los artistas, a la arquitectura, al diseño y por qué no, al cómic, por sólo dar unos ejemplos. Y este punto es importante si nos situamos en el discurso de las diversas lecturas que cualquier material así puede recibir. Seré más concreto. Pongamos un libro “infantil” que tiene sólo imágenes; aunque la historia narrada mantenga una estructura lineal, la lectura que hace un niño de cinco años no es la misma que puede conferirle un adulto mayor.

De tal forma que hay libros para todas las edades y por supuesto, para todos los gustos. ¿Cuál libro es mejor? Eso depende en su totalidad de las finalidades; pero sería insensato querer que un chico de siete años se fascine por doscientas páginas donde únicamente existen elementos tipográficos, repito: puras letras. Y si los mexicanos leemos tan poco, quizá es porque no han sabido cebarnos adecuadamente el anzuelo.

martes, agosto 01, 2006

Interminables cartas... cercanas correspondencias

Collage: Priscila
Queridos mamá y papá, esperando que se encuentren bien de salud al recibir la presente.../ Cuando recibas esta carta de mi amor, Eufemia.../ Queridísima madre: Ha llegado la nieve y ya tenemos aquí el triste y duro invierno, todo lo cual me sugiere muchas metáforas para mi poesía.../ Esperaba que me escribieses de todos los lugares por donde pasaras; que todas tus cartas serían muy extensas, que alimentarías mi pasión como las esperanzas que tengo por verte.../ No puedes volver, sólo puedes ir. Para volver tendrías que ser otro mundo, José, José Bergamín. Sólo somos ya fantasmas de nosotros mismos y no fantasmas a secas, ¡y tan a secas!, como quieres serlo tú y lo proclamas.

Ah, las cartas, las viejas cartas que llevaban la letra escrita a mano. Si tomásemos sólo las primeras líneas de las cartas escritas por famosos y que, por supuesto están publicadas, es probable que no tendríamos descanso y harían falta muchos cuadernos para hacer las notas correspondientes. Y el lector seguramente ha advertido que el primer párrafo de la entrega está compuesto sólo por cinco fragmentos de... por supuesto: cartas. Veamos. El primero se refiere a la forma clásica en que las profesoras enseñaron a todos los que nos tocó cursar la escuela primaria de los ochentas, para abajo. La segunda, todo mexicano con la mínima noción de la música popular sabe que no se trata precisamente de una carta sino del inicio de una canción escrita por Chava Flores. El tercer apartado corresponde a Sylvia Plath, la excelente y depresiva poeta norteamericana que escribía a su madre el 2 de febrero de 1955. El cuarto es, perdón por el atrevimiento, una traducción muy libertina de Las cartas portuguesas, atribuidas a una monja, sor María Alcoforado (1640-1723). Y finalmente, un fragmento de lo que escribe Max Aub a su amigo Bergamín, como respuesta a la decisión que le comunica José: volver a España, tras la amargura compartida en el exilio.

La carta siempre es algo personal... intransferible. Pero está revestida por un aura de cierto placer y morbo cuando uno se pregunta, qué le dirán a fulano. Es como las biografías, las leemos por la humana necesidad que tenemos de fisgonear en las vidas ajenas, privadas, íntimas. Es como acercarse con sigilo para atisbar por el ojo de la cerradura y ver una escena fuera de lo común. Pero también eran portadoras de malas noticias, o de instrucciones. Desde nuestros imaginarios, de nuestros recuerdos más añejos como género de escritura —el hombre que escribe y el que lee— está la carta, la misiva y esta nos ha rodeado de las maneras más divertidas como posibles. Las palomas mensajeras que llevan los ardientes recados de un apasionado amante, las tintas invisibles que sólo empleaban los agentes secretos, los acrósticos que cifraban el verdadero mensaje, las claves numérico-alfabéticas que tanto revuelo causaron durante la Segunda Guerra, los telegramas... La vida del hombre ligada a la escritura y sus vericuetos.
Alguna vez, en una entrega de hace dos años y medio, me referí al poema de Fernando Pessoa donde echa que todas las cartas de amor son ridículas. Pero cuando uno recuerda la emoción por abrir una carta, por recibir un correo electrónico, no queda menos que invocar las palabras de Quevedo y sor Juana cuando se referían al acto de leer: “Es escuchar con los ojos a quienes están apartados de nosotros en el espacio y en el tiempo”.

Un millón con el Peje... crónica tardía en esta bitácora


Movilización poselectoral. Con dos palabras se bautizó a un fenómeno que en cualquier otro momento hubiese recibido el nombre de mitin, concentración o marcha. Pero como se ha comprobado que la moda será estar en desacuerdo con los “convencionalismos”, lo sucedido el pasado domingo 16 de julio en el zócalo de la ciudad de México (y la mayoría de las calles que desembocan en él) merecerá varias lecturas en el transcurso de estos días. Y como el destino es tan azaroso, por sus azares tuve la oportunidad de ser testigo directo, ahora sí, en lo que por varias horas fue el ombligo del valle de Anáhuac y la médula de atención nacional.

Hacia las diez con treinta de la mañana el conductor del taxi no quería aproximarse al centro histórico de la metrópoli. La razón era que “los autobuses que trajeron a los acarreados de este señor no dejaron un espacio libre, ya están cerrando el acceso a las calles, por eso no le prometo dejarlo en Bellas Artes. Lo acerco lo más posible”. Sus pronósticos fueron adversos, sobre el eje central Lázaro Cárdenas aún circulaban los autos y cuando observé el palacio de Correos, el Banco de México y frente, el portentoso edificio de mármol, creí saludable husmear por la calle Cinco de Mayo hasta llegar al zócalo. A esa hora, algunos comercios, escasos, corrían sus cortinas. Sobre las banquetas ya estaban instalados los tenderetes que expendían puros artículos color amarillo, desde banderas con el logotipo del PRD, gorras, playeras, paliacates, trompetas de plástico, fistoles y llaveros. La “pejemanía” en todo su esplendor. “Bandera a diez pesos, camisetas nomás a treinta y cinco” gritaba un animoso vendedor.

A una cuadra del zócalo, aún medio vacío o a medio llenar, a la altura del Nacional Monte de Piedad, un hombre entrado en años llamaba la atención de los transeúntes. Gritaba a todo lo que daban sus pulmones: “Miren ustedes, por favor, véanlo, aquí está la rata pulguienta, sarnosa, la ratota más grande de México que por fin salió del caño para robarnos los votos”. Con los brazos extendidos mostraba un cartel en que se reproducía una caricatura de Felipe Calderón a la que, por supuesto, el ingenioso dibujante había aderezado con cola, orejas, dientes y bigotes, de rata. Aquel hombre no tenía para cuándo dejar de repetir su consigna.

Bastaron unos cinco minutos para llegar al templete levantado en el zócalo. En las aproximaciones de Palacio Nacional una señora regalaba —sólo artículos de papel eran de obsequio— carteles de papel revolución en los que, bajo la imagen de Calderón (encerrada por un círculo rojo atravesado con una línea) se leía: “No permitiremos el pinche fraude”. Y conforme pasaba el tiempo, la gran plaza central se iba llenando de una masa humana que tenía alguna prenda distintiva, es decir, de color amarillo.

A pocos metros de la bocacalle de 16 de Septiembre, “Super Perro” divertía a la concurrencia. Se trataba de un pastor alemán adiestrado para saltar por un aro que, decía el entrenador, era como traspasar el fraude; a los pies del atril metálico que soportaba al aro se leía en una cartulina fucsia: “Mira Felipe maricón, los perros también te odiamos”. El can lucía una vistosa capa amarilla y tras cada acrobacia, recibía los aplausos de nosotros, los mirones.

Y como desde abajo no se aprecian todas las cosas, el mirador de la torre Latinoamericana fue un sitio estimable. Efectivamente, se divisaba un lleno total. Arriba, muchos “paseantes-movilizados” aprovechaban para sorprenderse de la magnitud que tiene la ciudad de los palacios. Una señora preguntó a un tipo que hablaba por teléfono móvil: “Disculpe usted, ¿sabe si queda muy lejos la Villa? Es que venimos desde Michoacán y queremos aprovechar el viaje para irle a rezar a la virgen”.